Los candidatos y las candidatas salen desde las capitales y los capitales en que generalmente residen, y viajan en grandes trenes y grandes trenas a tantos pueblos y tantas pueblas como pueden, buscando encantar a hombres y mujeres para que voten por ellos y ellas. Se preocupan especialmente de las largas corbatas y los largos corbatos y las apretadas pajaritas y los apretados pajaritos que vestirán para resaltar sus portes y sus portas.
Ante las peñas y los peños que se reúnen a escucharlos y escucharlas, elaboran elocuentemente los puntos y las puntas que más interesan a quienes los y las escuchan, y reúnen los pedidos y las pedidas que reciben de ellos y ellas, asegurando irresponsablemente que cumplirán con todos y todas conjuntamente tras ser electos y electas, sin molestarse en sopesar los costos y las costas que semejantes combos y combas implicarán.
Mas, tras haber triunfado en sus respectivos actos y actas electorales, dejarán en cero y en cera lo que habían ofrecido, y, negando haber perdido sus rumbos y sus rumbas, rehusarán ser sometidos a las caldas y los caldos de sus decepcionados electores y decepcionadas electoras, y no se molestarán en recordar que lo prometido es deuda y la prometida es deudo.